EL RINCÓN DEL RELATO: UN PRIMER BESO (parte I), por Manuel Gris Lorente

Manuel Gris Lorente lleva escribiendo desde que tiene uso de razón, quizá incluso antes, pero como no tiene recuerdos de esa parte de la vida prefiere no arriesgarse a la hora de hacer una afirmación tan tajante. Influenciado por autores como Chuck Palahniuk, Charles Bukowski, Bret Easton Ellis, Janne Teller, Amy Hempel o Craig Clevenger su escritura está caracterizada por un uso de la locura y la anarquía literaria con la que intenta no dar pistas de qué va a pasar a continuación en sus relatos y novelas. De cuál será el siguiente paso. La escritura es una forma de escapar del mundo y lo que hay en él, de todo lo que nos para a la hora de ser nosotros mismos, tan intensa y rica, tan grande, que no sabe expresar ese sentimiento con palabras, así que no lo hace. Solo sigue adelante, sin tenerle miedo a la página en blanco, y con la seguridad de que cada letra que usa solo le da algo más de libertad.


UN PRIMER BESO (parte I)

Nunca he comprendido por qué hay gente a la que le gusta leer historias de amor, de esas en las que chica conoce a chico y se enamoran y se pelean y al final sólo follan una vez en 500 páginas. Igual que habrá gente que no entienda por qué me gusta leer historias de terror y gore y gente que viola a los demás mientras trabaja en una oficina, pero como esta historia la estoy escribiendo yo y no veo ninguna opinión tuya al respecto sobre un papel, pues te callas y sigo con lo que decía.

Es que es un tema que, vale, sí, acepto que está a nuestro alrededor en todo momento, o casi, y que es el motivo por el que hacemos según qué cosas en el día a día aunque sea inconscientemente porque, sin él, estaríamos solos. Y hay gente que no soporta estar sola en San Valentín o en las bodas observando cómo el resto de humanidad recibe cariño de alguien a quien después puede desnudar y penetrar con amor. Pero me acaba aburriendo. Es demasiado igual siempre, como lo son los libros de zombis, en esto sí que le doy a la razón a quien quiera, y falla en algo que debe tener cualquier buena historia, que es el hecho de sorprender al lector, cosa que, según tengo entendido, es algo muy importante en cualquier novela que se proponga ganar algún premio o reconocimiento o que algún famoso le haga el discurso inicial en la presentación del libro. Sorprender al lector. Léelo otra vez, vuelve atrás. Hay que repetirlo muchas veces para que se te quede porque, de veras, es algo importantísimo. No puedes pretender que reconozcan tu trabajo si no pones alguna sorpresa en la historia, algún giro inesperado o una muerte inimaginable, porque sin estas sorpresas, que en realidad no sorprenden porque sabes que algo pasará, no interesas. Así está el patio, lo siento. Hemos llegado a un momento en nuestras vidas, en nuestra sociedad, en el que hay fórmulas para todo, para absolutamente todo, y ya no hay hueco para lo que realmente se sale del margen, del carril fijado por el mercado, nadie arriesga porque se nos ha inculcado una esclavitud maquillada con una fachada de libertad artística que nos hace creernos fotógrafos, escritores, músicos o grandes cantantes y, gracias a esto, nadie es realmente auténtico ni hace verdaderamente lo que quiere porque, cuando cree que lo hace, hay cientos detrás que ya lo hicieron o lo están haciendo en ese momento. Y por ese motivo, cuando algo de verdad vale la pena, queda eclipsado por esa luz cegadora que irradia lo corriente, y cien veces clonado, que nos inunda.

Y así voy al tema del amor.

Es complicado leer y creerte alguna historia de amor sin que te envuelva la manta del sentimiento de engaño porque, admitámoslo, esas cosas no pasan. O al menos no así. Nuestras vidas están llenas de momentos de amor, de citas que salen bien y de camas desordenadas. Pero en las novelas, en los relatos y las películas de amor, ya que prefiero abarcarlo todo que quedarme corto, todo está tan pintado de rosa con pequeñas franjas de marrón, esos momentos en lo que uno de los dos duda, o se enamora de otro, o un largo etcétera, que no comprendo cómo aún tiene mercado a día hoy, en esta época en la que las ganas de follar sobrepasan con creces las ganas de querer, y donde prefieres que te la chupen o que te lo coman a que te den un buen beso. Quizá esta forma de verlo todo en este campo, esta forma tan oscura y exenta de brillos amarillos y violetas, se deba a que desde mi más tierna infancia jamás tuve historias en este campo de las que hacen llorar. Pero no tengo pena por mi pasado, así que pido que no la tengas por mí, no siento que perdiera mi juventud al correr detrás de seres imaginarios en lugar de detrás de faldas, ni mucho menos. No me arrepiento de nada. Además cuando, finalmente, empecé a acercarme al mundo femenino, fue todo tan extraño, tan frío y tan surrealista que decidí, en adelante, tomármelo como lo que realmente es el amor: un chiste tan largo y mal explicado que cuando llegas a la parte que te hace disfrutar ya ni recuerdas cómo empezó todo.

(Continuará...)

 

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