Milagro Catherine nació en Maracaibo (Venezuela) en 1994.
Reside en Estado Zulia.
Entre otras publicaciones, ha colaborado en las revistas venezolanas Letralia y Poesía en el aire.
VIII
“vuelo
sobre ti y me complace”
Zapato
3
Te
derrumbas después de las alas,
vuelve
mi cuerpo
dejando
el vuelo en el recuerdo de la espalda
abismo
tendido hacia la aurora que eres
un
millón de muerte dentro de las entrañas como el placer colgante,
entre Venus abierta
vuelo
encima de ti
encima
de lo que nunca fuiste
de
tus antepasados y los míos;
de
tus misterios y sortilegios,
de
una canción de cuna envuelta en los nísperos que comiste
porque
entras en mí hasta tu infancia
como
sacando relieve a estas manos que esculpen paredes con sangre y
cuero.
En
ese momento ya no puedo aterrizar,
no
hay parada
solo
ramas que salen de tu pecho acostado, entre ruinas de recuerdos,
entre ruinas de otros pechos, entre ruinas de sudor
ya
no puedo aterrizar ante este suburbio que soy ahora,
y
me complace
X
El
silencio viene
atravesando
relámpagos;
espesuras
de la pared,
entonces
la palabra es olvido de sí misma
el
silencio sabe nombrarse solo
temeroso
de amarse más
como
creando una nueva vida
de
inexistencia acumulada
el
silencio recuerda la comida tapada en la mesa
y
las moscas a las dos de la tarde,
el
radio encendido sin nadie
el
perro acostado buscando frío en el suelo
el
silencio enmudece si empieza a llover
las
gotas se escuchan como pasos en el techo
de
muchas palomas con sus garras afiladas
mientras
en la sala cae un hilillo de agua
el
silencio dentro de la cena
como
esperando que el café deje su amargura
imitando
una mesa vacía
con
sillas que solo sienten el calor de un cuerpo inexistente
el
silencio juega a habitar la casa
sin
embargo, antes de él
había
otro silencio.
XII
He
renunciado a invocar la muerte
Sin
embargo la llevo a cuestas,
en
la soledad donde no puedes entrar:
a
mi templo que no se profana
he
renunciado a condicionar el verso a lo humano
a
alejarlo de su divino misterio
a
la alquimia que hace poemas
-que
es más fuerte que el agua-
He
renunciado al misterio que te recuerda
quedando
libre de tu culpa.
XXII
“Yo
quisiera estar entre vacías tinieblas
Porque
el mundo lastima cruelmente mis sentidos”
José
Antonio Ramos Sucre
Me
pregunto si la noche se parece a la muerte
con
el único sonido que dejan los grillos,
si
se enfrían los pies
si
por algún motivo entra mi padre y me despierta
con
el ruido de la puerta que se traba,
me
pregunto si la muerte sabe que le pienso
que
le temo más a la vida
que
creo fielmente que solo es un sueño,
entonces
le cuento las veces del llanto,
los
pasos de adioses,
tu
mirada inmaculada en mi memoria,
me
pregunto si tendré recuerdos
si
diré: “yo quisiera estar entre vacías tinieblas, porque el mundo
lastima cruelmente mis sentidos y la vida me aflige… impertinente
amada que me cuenta amarguras”
me
pregunto si veré al alegre desahuciado
con
un libro de Lawrence en su regazo.
De
noche pienso en ella
y
me arrulla su voz de espectro
arropándome
con sus túnicas negras,
muestra
su olor a espanto de mil años;
callada,
deja que duerma
una
noche más con mis recuerdos,
con
el calor de mis senos
con
el llanto acumulado desde hace trece años,
aún
no es el momento
para
abandonar
el
ruido de las olas
donde
lobos hambrientos
recitan
mi elegía.
CHOCOLATE
A
Juan
El
cielo de las seis de la tarde
alumbra
el sofá viejo que muestra flores rojas y doradas
donde
yace
el cuerpo que soy:
arrugado,
temblando, aguado.
Junto
a las telas de araña con polvo de hadas
descansa
el recuerdo del primer beso
y
el gato que se fue aquel viernes de distancia
(donde
nadie se quedó en la casa)
y
la habitación huele a café azul
diciendo
que
la
memoria está dentro de la boca,
despegando
los pies del suelo
veo
a mamá teniendo cinco años
cuando
jugaba sola en la quebrada
y
tanteo el primer poema aprendido:
“oh escuela de mi
niñez donde las tardes llovía”
haciendo
el amor con una mujer
solté
palabras de cascada
en
sus muslos de sol y agua.
Pienso
en la tumba de mi padre, recito su epigrama.
Una
oración viene como aleteo:
“proclama
mi alma la grandeza del Señor”
donde
la madrugada se voltea
y
se silencian los espantos.
Setenta
años llevo a cuestas,
suelto
mi cabello
crecido
desde todos los inviernos del mundo
-es
hora del ritual de las seis y media
de
donde saco un chocolate:
Redondo,
envuelto en papel de estaño,
lo
desnudo lento.
Afuera
se nubla el espacio
te
miro chocolate;
entonces
vuelvo a tener 23
donde
es 10 de mayo,
Juan
y yo sentados de frente
te
tomo la mano Juan
te
miro los ojos Juan
te
siento en la sangre Juan
te
sobo el ala Juan
te
tengo lloviéndote Juan
hasta
que el lugar sufre de transustanciación
y
ya no somos materia,
regresamos
a tus diez años
y
me mostraste la sangre,
desde
ese momento lloramos juntos
comiendo
chocolate
mientras
el río pasaba,
desde
entonces son eternos estos diez años
de
mejillas rojas
de
azúcar en la cara
de
plumas misteriosas
de
inocencia inmaculada,
mientras
tanto;
sigue
oliendo a café azul.
HAY
BACHES en la pared,
un
miedo claro ondea serpenteando el tiempo
recorriendo los
siglos olvidados, donde duerme un cuerpo vacío de
plegarias
El
refugio se voltea
Nada
cuesta matar pájaros
cuál
es su llanto nocturno -
Hay
baches en la pared
Huecos
que esconden los sollozos
el asesino, aguarda
en los poros, visita en los espejos reconoce
el lamento, anuncia el minuto preciso, la
llegada nocturna, el recuerdo fallido, el lapsus de eclipse,
con su cuchillo:
esculpe
otro bache.
INUNDARSE
es caminar hasta la última piedra que
pretende consolar,
hay castillos
de cenizas
se
moldean solos como el agua alrededor del cuerpo,
como
la sombra en total oscuridad moldea el
silencio.
Inundarse
mantiene el tiempo,
–tiempo, tiempo–
se
des
va
ne
ce
Sigue persiguiendo
el ruido;
sigue
masticando el deseo a
des
tiem
po
El mar no conoce el
tiempo
inundarse como
se inunda el cocuyo en su ciencia
detente,
no persigas la
rugosidad de la luz.
Acaricia el
espacio como turpial sombrío.
Me
vuelvo atea del recuerdo
Atada en
las trenzas de mi infancia
Inundarse
darse
quebrarse
***
“a
mí mismo me destruyo y me aplasto”
Francisco
Pérez Perdomo
ESTE rostro que
llevo lo rehúso
no
es sombra
no
es silencio
no
lleva la soledad que llevo,
este rostro no sabe
del pasado
anuncia el tiempo
que siempre estuvo.
Lo
palpo
y es un
habitante invasor,
reconocen
mi rostro pero solo es ausencia.
Lo
rechazo y me tiembla el párpado,
los rostros sí
eligen a su dueño;
conocen el fin
mismo de la nada
descubren
el
tedio de las mañanas de su amo.
Venga tierra
de la ausencia
venga
a mi rostro la desaparición
la
angustia de la existencia.
Se
transfigura la piel,
se voltea la
carne,
se
avecinan los huesos solitarios,
al fin, el
cráneo respira.
XXXII
Te
observo dormir y no me alcanza la blancura de las paredes
enciendo
un cigarrillo para sentirme besada
estoy sola
hablando
con el humo sobre mis dolencias,
invoco
algún pájaro muerto entre la maleza de tus manos
de
donde me separo después de la sangre; me voy por la ventana
a
tu recuerdo de la madrugada,
desde
cuando agonizabas en mi vientre
porque
no te basta asfixiar mis memorias de gaviota crucificada
tendida
ante tu grandeza desde la muerte en un tumulto que parece
marcha de demonios saliendo de tus orejas,
me
llevaste de la mano hasta tu infancia
mientras
te veo desvalido en las sombras
en
esto que somos y no seremos
mientras
no entiendes por qué tiemblo
si
acaso por qué conjuro mis manos a una vela gastada
a
tus dientes con mi pedazo de carne podrida;
no
te asustes niño, lo que escupes son plumas
me
dices que vuelva,
sin
embargo veo sábanas acostumbradas a la intermitencia:
a
pasajeros sin retorno
y
estoy sola con nicotina repetida.
Le
temes a mi arco con la certeza de la flecha
pero
elijo estar aquí
sintiéndome
tierra vacía
reptil
sin cola
saliva
sin boca
cuerpo
de hada quebrada con tu nombre en la frente,
no
me temas aún
entiendo
tu deseo de gobernar mi silencio
de
reflejarte en mi pecho cíclope
no
me temas aún
todavía
no me has visto despierta.
XXXV
“He
llevado a mis labios el caracol sonoro
Y
he suscitado el eco de las dianas marinas”
Rubén
Darío
Para
volver al silencio, un caracol plateado me inunda
lo
que dicen mis semejantes no lo entiendo
solo
nombro mi osadía de distancia
algún
sueño que no recuerdo
desde
el pájaro sin plumas que me he vuelto,
tomo
el caracol plateado que es un triangulo dormido
que
murmura sonámbulo mis secretos:
“en
tu entrepierna está la noche, deshabitada orquídea y pomarrosa.
Guardas en los cabellos algún recuerdo del sol. Le temes al ruido”
-Le
temes al ruido-,
repito
recorriendo
el espiral hacia adentro.
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